Esperamos con vehemencia que llegara el fin de semana como lo habíamos acordado, Azalea y yo nos dirigíamos hacia el lago Chelan, para ocupar la casita de campo en la tan esperada reunión con nuestros amigos. Yo al volante y como siempre distraído, no me había percatado de lo que la estación de radio local estaba transmitiendo en el momento. Fue ella, Azalea, quien haciendo una seña me obligo a voltear hacia la orilla del lago puget sound el cual había quedado sin agua, las arenas del mismo estaban secas, en la radio decían que las aguas de las costas del pacífico retrocedieron aproximadamente diez millas mar adentro.
Las descompuestas voces de los locutores hacían que el terror comenzara a invadir a todos los radioescuchas, nos advertían de un inminente tsunami, que inundaría todas las poblaciones ubicadas a lo largo de la costa de los Estados Unidos.
Nos llenamos de pánico al enterarnos que las aguas que aquí retrocedieron, al mismo tiempo inundaban localidades tan remotas y lejanas del sur, como Ecuador, Bolivia y Brasil. En estos lares, las dos montañas Rainier y St. Helens colapsaron en horrendas erupciones, ambas cumbres simultáneamente, la razón nadie la supo.
El freeway 5 hacia Canadá, se saturó en unos cuantos minutos haciendo imposible utilizarle como vía de escape, ir hacia el sur… imposible, minutos antes de que los medios de comunicación dejaran de transmitir, dieron una descripción en la cual dijeron: Que el estado de California asemejaba un gran espejo estrellado por la fuerza de descomunal golpe. La falla de San Andrés había cumplido su amenaza destruyendo algunas poblaciones, desde California hasta los mismismos andes sudamericanos.
Despejé de mi mente el pánico, y opté por tomar el freeway 90, con dirección a la ciudad de Spokane. Agradecí a mi adorada novia la sugerencia de comprar una buena cantidad de agua embotellada y carne seca, así como comida enlatada para el fin de semana, misma que ahora atesoraba en la cajuela del auto.
El carro sólo pudo avanzar un total de 85 millas , el calor era tan insoportable que al final terminó destrozando el radiador. No era posible desperdiciar el agua tratando de enfriarlo. El instinto de supervivencia nos hizo actuar de manera nada solidaria para con la gente que intentaba al igual que nosotros llegar a un sitio seguro, así que introdujimos la mayor cantidad de botellas de agua y víveres en una mochila e intentamos seguir el viaje lo mas apartado de la gente. Si se percataban que contábamos con agua y alimento, nada podía garantizar que nuestro intento por sobrevivir algún tiempo más, pudiese concretarse.
Un infierno fue lo que nuestros ojos contemplaron en las horas siguientes: Autos abandonados al acabarse la gasolina, otros perseguidos por gente loca de desesperación a fin de que los llevasen más rápido a través del desierto.
La amargura más grande fue contemplar a un pequeño de escasos meses de nacido, llorar en brazos de su padre, quien desesperado clamaba por un poco de agua para humedecer los resecos labios de su hijo.
Mi primer intención fue desprenderme de un poco de agua para evitar que el niño muriese deshidratado. Mis principios y mi lucha por sobrevivir luchaban ferozmente en mi interior, ya que si la gente me veía entregarle el agua, en su desesperación eran capaces de matarnos para despojarnos de ella y después matarse entre ellos. Cuando ganó la piedad y decidí darle el agua, nuestros ojos contemplaron una dantesca escena: Los huesos lanzaron tétrico sonido al romperse el pequeño cráneo… el padre había colocado al bebé bajo las ruedas delanteras del auto y con lágrimas en los ojos aceleró, tal vez fue mejor así, seguramente le evitó una larga agonía al pequeño.
Que terrible… lo que antes preservó la vida en el planeta… ahora nos la arrebataba de formas por demás crueles. ¡¡¡agua bendita… maldita agua!!!.
Buscamos refugio bajo un auto abandonado, tendimos una manta que encontramos bajo del mismo y decidimos permanecer ahí… esperando, solamente esperando.
Durante mis alucinaciones causadas por la insolación , no evitaba recordar las palabras del pastor de la iglesia, quien nos decía que antes de la gran tribulación Jesús vendría por nosotros en medio de una gran nube... quizá así será y él nos lleve hasta su reino… no lo sé. Lo que sí sé, es que hemos visto morir gente deshidratada, arrastrándose entre las rojizas arenas del desierto hirviente.
Todo lo hemos grabado tal y como ha ocurrido hasta ahora, tomando video con la cámara que nos serviría para diversión, en la misma están nuestros rostros y voces narrando la historia, el clima frio e imperante, poco a poco hace que la batería se consuma, Azalea se apega a mi cuerpo para tratar de dormir un poco, cierra sus ojos, por mis mejillas corren dos lagrimas, temeroso y con coraje…ahora sólo pregunto:
¡¡¡Dónde chingaos se han metido los dioses!!!